Joseph Conrad, en el capítulo III de El Agente Secreto, hace una descripción de los revolucionarios, reduciéndolos a tres categorías: vagos, fanáticos y/o vanidosos.
Y el Sr. Verloc, de temperamento idéntico a sus socios, trazaba ciertas distinciones en su mente sobre la fortaleza de insignificantes diferencias. Las trazaba con cierta complacencia, porque el instinto de la respetabilidad convencional era fuerte en su interior, superándola solamente su desagrado por toda clase de labor reconocida - defecto innato que compartía con una gran proporción de reformadores revolucionarios de una condición social dada - . Porque, obviamente, uno no se rebela contra las ventajas y oportunidades de esa condición, sino contra el precio que se tiene que pagar por lo mismo en moneda de moralidad aceptada, dominio de sí mismo y trabajo duro. La mayoría de los revolucionarios son enemigos de la disciplina y de la fatiga principalmente. Hay caracteres, también a los que según su sentido de justicia el precio exacto se muestra monstruosamente enorme, odioso, opresivo, preocupante, humillante, exorbitante, intolerable. Éstos son los fanáticos. La parte restante de rebeldes sociales está representada por la vanidad, la madre de todas las ilusiones nobles y viles, la compañera de poetas, reformadores, charlatanes, profetas e incendiarios.
En cuanto a las ideologías y motivaciones de sus actos:
Incluso la forma de revolución más justificada la preparan impulsos personales disfrazados de credos. La indignación del Profesor encontraba en ella una causa final que le absolvía del pecado de dirigirse a la desrucción como agente de su ambición. (Cap. V)
J. Conrad, El Agente Secreto, Edimat Libros S.A., Madrid, 2006.
Comentarios