Es bastante fácil hablar de Jim. Después de una buena cena, a doscientos pies sobre el nivel del mar, con una caja de buenos cigarros a mano, en una bendita noche de aire fresco, y a la luz de las luminosas estrellas, de forma que todo hiciese que el mejor de nosotros olvidase que estamos aquí para sufrir y que tenemos que escoger nuestro camino sin ver las cosas claras, vigilando cada precioso minuto y cada paso irremediable, confiando en que, al final, podremos arreglárnoslas para salir adelante decentemente..., aunque sin estar completamente seguros de ello, después de todo, y esperando muy poca ayuda de los que nos rodean... No hay nada más horrible que sorprender a un hombre, no en el momento de cometer un delito, sino en el momento de mostrar una debilidad más que culpable. La vulgar fortaleza de espíritu nos impide convertirnos en unos criminales en el sentido legal del término. Pero de lo que nadie está libre es de una cierta debilidad poco percibida, aunque tal vez sospecha