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Lord Jim

Es bastante fácil hablar de Jim. Después de una buena cena, a doscientos pies sobre el nivel del mar, con una caja de buenos cigarros a mano, en una bendita noche de aire fresco, y a la luz de las luminosas estrellas, de forma que todo hiciese que el mejor de nosotros olvidase que estamos aquí para sufrir y que tenemos que escoger nuestro camino sin ver las cosas claras, vigilando cada precioso minuto y cada paso irremediable, confiando en que, al final, podremos arreglárnoslas para salir adelante decentemente..., aunque sin estar completamente seguros de ello, después de todo, y esperando muy poca ayuda de los que nos rodean...

No hay nada más horrible que sorprender a un hombre, no en el momento de cometer un delito, sino en el momento de mostrar una debilidad más que culpable. La vulgar fortaleza de espíritu nos impide convertirnos en unos criminales en el sentido legal del término. Pero de lo que nadie está libre es de una cierta debilidad poco percibida, aunque tal vez sospechada, y que nos acecha de la misma forma que el peligro del que nos avisa el dicho: debajo de cada arbusto hay una serpiente mortal, que dicen en algunas partes del mundo. La misma debilidad que puede permanecer oculta, la vigilemos o no, de la que rogamos a Dios que nos libre, o a la que desdeñamos, y que permanece reprimida e ignorada durante más de la mitad de nuestra vida. Nos tienden trampas para que cometamos acciones por las que luego mereceremos que nos insulten; de hacer cosas por las que podrían colgarnos. Sin embargo, el espíritu puede perfectamente sobrevivir  a las condenas y a la horca, ¡por Júpiter! Y hay cosas, que a veces parecen sin importancia, por las que algunos de nosotros acabamos completamente destruidos.
Conrad, J., Lord Jim, cap. V.

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