Muchos músicos nos acompañan discretamente sin que lo advirtamos. Sólo cuando la noticia de su muerte se hace pública reparamos en lo importantes que han sido en nuestras vidas cotidianas. La mañana del lunes 25 de noviembre de 1991, montado en el autobús de camino al instituto, un locutor de radio anunciaba la muerte de Farrokh Bulsara, más conocido como Freddie Mercury. Todavía recuerdo aquel momento de sincera tristeza. Del mismo modo, también a través de la radio, con unos añitos más y en la cocina de mi casa, escuchaba la noticia del fallecimiento, el 10 de enero de 2016, de David Bowie. Al principio sólo eran rumores y mi primer impulso fue no creerlo. Aquello, pensé, podía ser una maniobra publicitaria genial para su nuevo álbum, Blackstar, y su último videoclip, Lazarus, publicado un par de días antes. Como Lázaro, seguí fantaseando, Bowie se alzaría de entre las sombras para caminar de nuevo entre nosotros. No. Poco después su hijo confirmó la noticia: Bowie había muerto.
Nunca he sido un fan de David Bowie (ni de ningún artista en particular), pero desde su desaparición he sentido que algo que formó parte de mi cultura se ha perdido irremediablemente. Es como una ausencia indeterminada pero permanente, que nunca cesará. No lo ha hecho con Mercury y no lo hará con Bowie.
Fue una personalidad especial, de excepcional creatividad, capaz de intuir y marcar nuevas tendencias. Lo asocio como referente en el movimiento glam. Pero Bowie fue mucho más que eso, una influencia crucial de la música popular de los 70 y 80. En mi infancia y pubertad dejó destellos de elegancia y transgresión desde el buen gusto. Imborrable en los ojos de un niño de 12 años su papel de Jareth, rey de los goblins, en la película Dentro del Laberinto. Genial también su colaboración con Queen en el tema Under Pressure. Ya adulto fui descubriendo lentamente parte de su legado musical, incluyendo dos de sus temas en mi repertorio de guitarra:
Como apostilla irrelevante, pero curiosa para mí, en 1998 se estrenó la película Velvet Goldmine, que vi con unos amigos. Los protagonistas evocan las figuras de David Bowie e Iggy Pop sin necesidad de hacer demasiados esfuerzos para deducirlo. Uno es un cantante muy creativo y vanguardista, mientras que el otro es un animal salvaje. La cinta pasó por las salas de exhibición con más pena que gloria (supongo que para mayor alegría de Bowie, el cual no quiso colaborar con la cinta). No obstante su discreto éxito, debo decir que me gustó. Para aquellos que eramos demasiado jóvenes en su momento, es un vehículo eficaz y bien rodado que nos transporta a la época del rock glam. Si te gusta el cine musical, el rock, los 70 y los personajes excesivos que bullían en dicho ambiente, te la recomiendo, pasarás un buen rato.
Nunca he sido un fan de David Bowie (ni de ningún artista en particular), pero desde su desaparición he sentido que algo que formó parte de mi cultura se ha perdido irremediablemente. Es como una ausencia indeterminada pero permanente, que nunca cesará. No lo ha hecho con Mercury y no lo hará con Bowie.
Fue una personalidad especial, de excepcional creatividad, capaz de intuir y marcar nuevas tendencias. Lo asocio como referente en el movimiento glam. Pero Bowie fue mucho más que eso, una influencia crucial de la música popular de los 70 y 80. En mi infancia y pubertad dejó destellos de elegancia y transgresión desde el buen gusto. Imborrable en los ojos de un niño de 12 años su papel de Jareth, rey de los goblins, en la película Dentro del Laberinto. Genial también su colaboración con Queen en el tema Under Pressure. Ya adulto fui descubriendo lentamente parte de su legado musical, incluyendo dos de sus temas en mi repertorio de guitarra:
Como apostilla irrelevante, pero curiosa para mí, en 1998 se estrenó la película Velvet Goldmine, que vi con unos amigos. Los protagonistas evocan las figuras de David Bowie e Iggy Pop sin necesidad de hacer demasiados esfuerzos para deducirlo. Uno es un cantante muy creativo y vanguardista, mientras que el otro es un animal salvaje. La cinta pasó por las salas de exhibición con más pena que gloria (supongo que para mayor alegría de Bowie, el cual no quiso colaborar con la cinta). No obstante su discreto éxito, debo decir que me gustó. Para aquellos que eramos demasiado jóvenes en su momento, es un vehículo eficaz y bien rodado que nos transporta a la época del rock glam. Si te gusta el cine musical, el rock, los 70 y los personajes excesivos que bullían en dicho ambiente, te la recomiendo, pasarás un buen rato.
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